Contexto_

Vista parcial de la exposición en el TINGLADO 2 de Tarragona, 2013

Desde principios de los años 80, los conceptos de equipamiento cultural, museo y centro de arte se han modificado y han evolucionado siguiendo patrones distintos adaptados a cada contexto y a la evolución de la tecnología y la comunicación, así como a la convivencia con la industria cultural, el carácter multidisciplinar del arte, las nuevas prácticas curatoriales, el ejercicio de la mediación social, el concurso de la financiación pública y la labor educativa en el marco de una sociedad global.

A la vista de este proceso evolutivo, considero relevante averiguar –desde la praxis artística- cómo nuestra sociedad transforma los vestigios de un pasado obsoleto en vislumbres de un futuro social y culturalmente deseable (utopía), siendo así que en otros ámbitos la obsolescencia y la inviabilidad son razones más que suficientes para que algo o alguien sea descartado y quede al margen de la carrera hacia el futuro.

Asimismo, entiendo que es importante poner de manifiesto que la transformación de espacios en desuso constituye una estrategia ampliamente utilizada por el sector público y la iniciativa privada en países y territorios geográficos diversos, y que no sólo sirve para dinamizar la escena cultural sino también para alimentar la especulación, generar prestigio, convocar a la sociedad civil y reactivar zonas deprimidas del paisaje urbano.

Esta renovatio urbis, entendida como una continua capacidad de adaptación, aspira a preservar la esencia de la ciudad y a fomentar la cultura en contextos históricos siempre nuevos pero sin renunciar al centro. No olvidemos que el mundo actual es un mundo sin centro, consistente en una extensa red de ciudades centrales, cada una de las cuales expande la vida económica mediante complejas dinámicas y alianzas de interacción entre actores y entre ciudades.

En este sentido, es necesario analizar en qué medida estas transformaciones están sirviendo para democratizar la cultura, implicar a la sociedad civil en su desarrollo, o para elevar la calidad de la misma; si sólo son sostenibles en tiempos de bonanza y crecimiento económico; y si en algunos casos constituyen proyectos desmesurados, megalómanos o simplemente decepcionantes.

Por último, señalar que la crisis económica y financiera de los últimos años, que tan fuertemente erosiona este modelo cultural, proporciona al artista una oportunidad única para reflexionar sobre su viabilidad, sobre la posibilidad de un cambio de paradigma, y sobre el rol que los creadores y todos los agentes involucrados en el sector de la cultura debemos desempeñar al objeto de que nuestra actividad profesional sirva para crear una conciencia crítica, fomentar modelos viables y sistemas de valores positivos. Dicho de otro modo: debemos interrogarnos acerca de cuál es nuestra función social en el marco de una crisis del sistema, y cómo podemos contribuir a mejorar la sociedad en su conjunto.

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